Estación de Francia. Lo que mi padre nunca contó
Cada vez que entro en la Estación de Francia siento que regreso a una parte de mi infancia y a la vez, a un territorio desconocido. Sus techos de hierro, la luz que se cuela por los ventanales, el sonido de los trenes: todo me habla de Barcelona, de mi ciudad, y también de mi padre.
Él viajaba a menudo desde sus andenes. Conocía bien la estación, la recorría como quien reconoce un lugar propio. Me hablaba de ella con naturalidad, como si fuera un personaje más en su vida cotidiana. Sin embargo, detrás de esas palabras había silencios. Había una historia que no contaba y que durante años quedó oculta.
En mi libro Estación de Francia. Lo que mi padre nunca contó he intentado dar voz a ese silencio. La estación no fue solo un lugar de partidas y regresos: fue también un punto de tránsito para quienes huían del horror de la guerra, un escenario de encuentros secretos y de rutas de esperanza.
Para mí, Barcelona no puede entenderse sin esa estación. Es un símbolo de lo que esta ciudad ha sido: herida y resistente, abierta al mundo, cómplice de tantas vidas que se cruzaron entre sus muros. Y,sobre todo es el lugar donde aún escucho el eco de mi padre, entre lo que me dijo y lo que calló.