El pasado 2 de noviembre tuve el honor de presentar mi libro Estación de Francia. Lo que mi padre nunca contó en la sede de Olei Jerusalén. Fue una tarde profundamente emotiva, marcada por la memoria, la gratitud y el reencuentro con historias que, aunque nacieron en distintos lugares, comparten un mismo hilo de humanidad, coraje y esperanza.
Agradezco de corazón a la directiva de Olei por su cálida acogida y su impecable organización, que hicieron posible un encuentro tan especial. Mi gratitud también a todos los asistentes, cuyos testimonios, silencios y miradas conmovidas dieron un sentido aún más profundo a las páginas de este libro.
Un agradecimiento muy especial a Lea Kaplan y León Amiras, por su apoyo constante y generoso desde el primer momento, y a Shimon Leiv, cuya ayuda técnica y su mirada fotográfica captaron la emoción de cada instante. Gracias a todos ellos, aquella presentación fue mucho más que un acto literario: fue un homenaje compartido a la memoria, a los que ya no están y a los que siguen creyendo en la fuerza de la verdad y la compasión.
Esa tarde en Jerusalén quedará grabada para siempre en mi corazón —como un puente entre el pasado y el presente, entre mi padre y todos aquellos que, con valentía, eligieron la vida y la esperanza frente al horror.
El pasado 2 de noviembre tuve el honor de presentar mi libro Estación de Francia. Lo que mi padre nunca contó en la sede de Olei Jerusalén. Fue una tarde profundamente emotiva, marcada por la memoria, la gratitud y el reencuentro con historias que, aunque nacieron en distintos lugares, comparten un mismo hilo de humanidad, coraje y esperanza.
Agradezco de corazón a la directiva de Olei por su cálida acogida y su impecable organización, que hicieron posible un encuentro tan especial. Mi gratitud también a todos los asistentes, cuyos testimonios, silencios y miradas conmovidas dieron un sentido aún más profundo a las páginas de este libro.
Un agradecimiento muy especial a Lea Kaplan y León Amiras, por su apoyo constante y generoso desde el primer momento, y a Shimon Leiv, cuya ayuda técnica y su mirada fotográfica captaron la emoción de cada instante. Gracias a todos ellos, aquella presentación fue mucho más que un acto literario: fue un homenaje compartido a la memoria, a los que ya no están y a los que siguen creyendo en la fuerza de la verdad y la compasión.
Esa tarde en Jerusalén quedará grabada para siempre en mi corazón —como un puente entre el pasado y el presente, entre mi padre y todos aquellos que, con valentía, eligieron la vida y la esperanza frente al horror.